lunes, 11 de enero de 2010

Todos tendrán ocasión de ser estafados

Paja mental


Más aún que la continuación topical que todo atontado de bovina mente podría hacer con las cinco manos y los siete pies atados a la espalda, y ésta atada al pene, casca el hecho de que, cuando una serie es magna, magna, magnísima, tenga un final pésimo y horrible, hecho a toda prisa por un par de ineptos trasnochadores con poco cerebro en el alcohol :suspect: . Ya había pasado con taaaaaaaaan insignes series del calibre de Kannazuki no Miko (cuyo final es simplemente vomitivo y totalmente invalidador de toda la maravilla que pudieron ser los 12 capítulos anteriores), ocurre de nuevo con Shikabane Hime. Y es que toda la lógica de la serie se quiebra en los dos últimos episodios. Los planes malignos de... el más malo de la serie proceden con perfección, dado que, en realidad, los más mentirosos son los jefes de los buenos, pero ñe. Al final viene dios a verlos a todos y, como el malo era malo, arderá en el infierno y además se descubre misteriosamente que era un debilucho de mierda. ¡Tío, si no se te ocurre un buen final, no lo hagas! Pero como hay unos putos plazos impuestos por una puta empresa jodidamente capitalista que sólo quiere putas pelas y hacer puto negocio, hay que joderse, ¿verdad? ¿A quién cojones le importa el arte? A su puta madre y gracias. Total, como hay crisis... hay que robar hasta la última puta pestea de las arcas de los demás. ¿No se te ocurre que, quizá, los demás quieran invertir esa peseta en algo más productivo que ver cómo una serie genial se va a la mierda en un capítulo y medio? Cooperad un poco, coño...

La cuestión reside en el ejemplo. Así ocurre con cualquier cosa en la actualidad. Dime tú a quién le importa que tal o cual cosa quede bien, transmita esto o lo otro, sea adecuada o haya que cambiarla, nos aporte beneficio, estabilidad o progreso. Igual que el honor y la largueza, son valores, por lo visto, caducos y actualmente más allá de la decadencia. No importa otra cosa que estafar cuanto más se pueda a cuantos más putos pringaos se pueda, para al final ser estafado por otro que, casualmente, puede robarte lo que tanto te ha costado a tí robarle a otros. Una vez me dijeron que, sin duda, yo estaba feliz de ser humano porque lo soy y que no preferiría ser, por ejemplo, un jabalí. Sinceramente, a veces envidio a los jabalíes.